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Cuando la gente me pregunta, ¿por qué recibir la vacuna COVID-19? Mi respuesta es: “código morado”. Para aquellos que no están familiarizados con la jerga del sistema de salud, el código morado puede no significar mucho. Para nosotros, es sinónimo que el hospital está a máxima capacidad. En los últimos meses, el censo diario de nuestro hospital se ha mantenido constantemente por encima del 100 por ciento. Sería fácil atribuirlo directamente a la pandemia. Sin embargo, sabemos que esto (todavía) no es debido al reciente aumento en los casos de COVID-19. Especulamos que tal vez se deba al aplazamiento de atención médica durante el inicio de la pandemia. Mi mayor temor es que a medida que los casos de COVID-19 aumenten, la ocupación del hospital lo va a hacer en paralelo. Esto corre el riesgo de inclinar la balanza hacia una calidad inferior de atención médica y, al mismo tiempo, contribuyendo al interminable agotamiento que los trabajadores de salud hemos experimentado durante los últimos dos años. La pandemia nos ha afectado extraordinariamente. Desde trabajar largas horas, hasta usar el muy incómodo equipo de protección personal y la carga emocional de ver morir a un paciente tras otro a causa de este virus.

La constante necesidad de adaptarse a los conocimientos emergentes, los cambios en las políticas y los procedimientos, el auge y la caída de los posibles tratamientos… ha sido un desafío para todos. Más aún, con el público observando de cerca cada tema de conversación en torno a la pandemia. La lucha más grande ha sido ayudar a la población a distinguir entre información precisa y desinformación. A esto, agréguese la variable de indecisión por ponerse la vacuna. Es una derrota total. En general, Nuevo México ha sobresalido en recibir la vacuna, con el 58.6 por ciento del Estado completamente vacunado hasta el día de hoy. Podríamos y deberíamos mejorar.

Quiero disipar algunos mitos. La vacuna COVID-19 no causa infertilidad. No es un complot del gobierno para ponernos un microchip. Sus riesgos no son peores que contraer el virus. No le dará COVID-19. No cambiará tu ADN. Es cierto que la vacuna no evita que uno se infecte por completo. Pero el riesgo es mucho, mucho menor. De hecho, hasta cuatro veces menos probable. La vacuna es esperanza en una jeringa; esperanza de que podamos dejar atrás esta era. 

Es indiscutible que la vacuna protege contra la muerte y la enfermedad severa de COVID-19. Datos recientes han demostrado que las vacunas Pfizer-BioNTech, Moderna y J&J ofrecen protección contra la temida variante Delta.

Insisto, a quien me lee, que se vacune. Si no por uno mismo, que sea por los seres queridos y por el bienestar colectivo. Para ayudarnos a disminuir la carga a un sistema de salud que ya está estirado, extendido y bombardeado en sus capacidades. Para ayudarnos a recordar lo que es vivir fuera del código morado.